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ISSN 1989-4163

NUMERO 73 - MAYO 2016

Diario de Ausencias y Acomodos

Joaquín Lloréns

Autores: Fernando García Calderón y Facundo Laboa. Ediciones Alfar. 292 páginas. 2015. 16,49€

     

No tenía previsto leer, ni mucho menos reseñar, Diario de ausencias y acomodos. Uno de los autores y la casualidad se confabularon para que el libro apareciera en mi mesilla. El período de voraz lectura hizo que en menos de un mes devorara las doce novelas de Hugo Corbett, entretenidas y de fácil lectura, con lo que, una noche me encontré sin ningún libro en la mesilla, salvo aquel Diario de ausencias y acomodos. Al ojear la solapa, comprobé que ya había leído un libro anterior de Fernando García Calderón: Yo también fui Jack el Destripador. De aquel libro recordaba una original y entretenida hipótesis sobre la identidad del famoso asesino en serie londinense y un cierto regusto a una ambientación algo excesiva en algunos momentos de la novela. Pero el que la recordase ya era algo. En más de un 85% de los casos, una semana después de su lectura no suelo recordar nada de lo leído. Es lo que pasa por leer para disfrutar en vez de para atesorar enciclopedismos. Del otro co-autor, Facundo Laboa, no tenía la más mínima referencia. Así pues, comencé su lectura… y llegué solo hasta el segundo relato. El libro contiene quince relatos. Como nota previa a cada uno de ellos, una página vincula a un personaje zanzibariano, el lingüista Juan Ángel Santacruz de Colle, con un cuadro o un pintor, que da escusa al relato consiguiente. Lo dejé algo descorazonado. La escritura era –en palabras copiadas de uno de los relatos del libro– «pedante como Borges». Encontré la prosa muy gongoriana, borgiana o stringberiana. Confuso, denso, difícil de seguir y puro artificio. En vista de ello, decidí lanzarme a prados más prometedores y en las siguientes semanas me atragante con más de mil páginas de Bioy Casares: Diario de la guerra del cerdo, La trama celeste y el compendio de sus obras fundamentales de La imaginación y la trama. Tras el empacho argentino, me volví a encontrar huérfano de libros sobre la mesilla, salvo por aquel Diario de ausencias y acomodos. Con más desgana que afición, retomé su lectura donde lo había dejado. Y esta vez he llegado hasta su conclusión y mi opinión sobre él, aunque no en todo, ha cambiado en parte. Y ha sido un cambio que me ha impelido a decidirme a escribir esta reseña. Como me había parecido, los relatos son, en su gran mayoría, densos, incluso confusos, pero debo reconocer que tras ellos se ve un –o dos, según se indica en la portada– escritor con un dominio de la lengua y una cultura fuera de lo común. Aunque muchas de las metáforas usadas son desaforadas e incluso fuera de lugar, otras son brillantes como luciérnagas. Reconozco  que me ha dejado desconcertado. No soy capaz de decidirme sobre si es una obra maestra o una bazofia presuntuosa. No sé si es mi incapacidad intelectual la que no alcanza a deglutir lo abstruso de gran parte del libro, o es la de los autores en crear una prosa prístina para sus lectores. Y sin embargo estoy reseñándolo, ¿por qué? Pues porque hay algo en él que lo hace interesante. No es un libro más. Creo que merece la pena comprarlo e intentar su lectura. Pienso que a más gente le parecerá infumable que a los que encandilará. Pero algo en mi interior me obliga a recomendarlo. Y no es baladí que alguno de los relatos me ha gustado mucho en verdad. El placer de su lectura ha ido de menos a más y, a su término, me hubiera alegrado que hubiera sido un poco más extenso. No merece el vacío que tantas decenas de miles de libros sufren cada año en nuestro país. Apuesto a que no dejará indiferente a ningún lector. Para bien o para mal.

 



 

 

Diario de ausencias y acomodos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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